jueves, 28 de abril de 2011

Tres razones de una crisis

¿En qué consiste la crisis de nuestra carrera? En pocas palabras, en que se ha interrumpido la oferta regular de cursos presenciales, lo cual pone en riesgo la continuidad de toda la estructura académica del Traductorado. Las nuevas dificultades, de orden organizativo pero también material, plantean muy serios obstáculos para «armar» los cursos de grado. Algunas de esas dificultades se insinuaban ya años atrás; otras son fruto de las circunstancias actuales. Podemos hablar de tres problemas básicos:

Horarios, espacio físico. Quienes sepan lo mucho que en estos años se ha construido y acondicionado en Derecho en materia de aulas nuevas podrán considerar extraño que la carencia de aulas y, por consiguiente, de horarios disponibles para la cursada, constituya un inconveniente. Sucede que las nuevas construcciones, pensadas en función de las necesidades de la matrícula de abogacía, no han solucionado nuestro problema sino que acaso lo agravan. Con excepción del inglés, en todas las lenguas que dictan cursos presenciales se requerirían instalaciones de capacidad reducida, para doce o catorce alumnos a lo sumo. Estructuralmente, las únicas que se acercan a esa condición (aunque con espacio para veinte o más alumnos) son las antiguas aulas de Planta Baja, numeradas desde el 12 en adelante, que por sus mismas características son también útiles a ciertos posgrados y a ciertos cursos especiales. En tanto, la Facultad cuenta con gran cantidad de otros espacios físicos nuevos, concedidos –con indiscutible buen criterio– para fines no relacionados con la enseñanza: hay locales dedicados a organizar las prácticas deportivas, al activismo estudiantil, a los servicios a alumnos (apuntes, fotocopias), a servicios de apoyo comunitario, ¡hasta tenemos una farmacia que atiende a los afiliados a la obra social de la Universidad! En cambio, no se ha pensado en delinear también cierta cantidad de aulas que pudieran satisfacer las necesidades requeridas por una matrícula poco numerosa y que, además, debe dispersarse en un número relativamente grande de cursos.

Inscripciones. Como sucede con las aulas, las reglamentaciones hoy aplicables en materia de inscripción presuponen la masividad. Nuestra matrícula no es ni puede ser masiva por la sencilla razón de que nuestros saberes son altamente especializados, tanto si los consideramos dentro del panorama de la actividad judicial en sí como en el conjunto de la sociedad. La aplicación estricta del cupo mínimo de diez alumnos por comisión, mero trámite burocrático para la mayor parte de las materias de abogacía, tiene un valor diferente en el Traductorado: ha dejado a nuestros alumnos, una y otra vez, sin posibilidades de cursar regularmente las materias de lengua. Lo mismo puede decirse del régimen vigente sobre segundos y terceros plazos de inscripción.

El nuevo plan. El cambio de plan de estudios era una necesidad que se imponía en nuestra carrera. Sin embargo, por las circunstancias apuntadas viene a complicar los problemas ya existentes. Basta, para dar cuenta de ello. la aritmética elemental: si teníamos una cantidad histórica limitada de ingresantes y cursantes, al multiplicarse las materias ese material humano deberá por fuerza repartirse entre un espectro más amplio de focos de enseñanza. Así, y aun a pesar de cierto crecimiento sostenido de la matrícula, los cursos van resultado cada vez más «flacos», y se agudizan los problemas de disponibilidad de espacio y horarios.

Carlos C.

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