miércoles, 13 de abril de 2011

La carrera y sus problemas


La figura del traductor tiene una antigüedad de milenios, pero la carrera de traductorado es una de las muchas que sólo comenzaron a incorporarse de manera formal al ámbito académico universitario en el transcurso del siglo XX.

No debe confundirse la enseñanza de la traducción con el mero aprendizaje de una lengua extranjera; también es preciso diferenciarla de la formación de maestros y profesores en lenguas, y de los estudios de lingüística y filología. En la Argentina, la formación de traductores públicos comenzó como carrera de nivel terciario en el ámbito físico del Colegio Nacional de Buenos Aires, dependiente de la UBA. Los primeros cursos fueron dictados en 1958. 

En 1964 el traductorado pasa a ser una carrera universitaria de grado de las llamadas breves, dictada en la Facultad de Ciencias Económicas de la avenida Córdoba, en Buenos Aires, junto con las de contador público y actuario, licenciaturas y doctorados. 

Tanto por los contenidos de la carrera como por el ámbito preferencial de actuación de los graduados (el poder judicial), se considera conveniente sacar al traductorado del ámbito de Económicas e integrarlo en la entonces Facultad de Derecho y Ciencias Sociales. Ese cambio se produjo en 1968. Un hito importante para la profesión es la aprobación, a comienzos de 1973, de la llamada ley del traductor, que instituyó la colegiación de los profesionales actuantes en la Capital Federal y el entonces Territorio Nacional de Tierra del Fuego. En 1987, la instauración de un plan de estudios que duplica el número de materias de idiomas la convierte en carrera de cuatro años (teóricos). En 2008 se aprueba el nuevo plan, actualmente vigente.  

En nuestro sistema, una persona se recibe de traductor o traductora en una sola lengua extranjera, después de aprobar las materias de idiomas y las de otras disciplinas específicas (que hasta la mencionada última reforma eran casi todas jurídicas). El idioma extranjero se presume conocido, por lo que se exige a quien ingresa en la carrera un nivel inicial mínimo de conocimientos. Básicamente, la enseñanza se orienta a optimizar el dominio del idioma, a la profundización de la cultura que se expresa en ese idioma y a adquirir la técnica de traducción / interpretación; los profesionales reciben al mismo tiempo una especialización exhaustiva en temas de derecho. Un aspecto que singulariza a la carrera –y la convierte en un caso quizás único en el ámbito universitario– es que para obtener diploma de traductor público en otra lengua extranjera se exige cursar regularmente las materias idiomáticas específicas, mientras que las no idiomáticas se dan por aprobadas. Así, abundan los profesionales con título de traductor público en dos y hasta en tres idiomas extranjeros.
  
Durante cincuenta y cuatro años, a partir de 1958, se han dictado de manera regular e ininterrumpida, bajo la modalidad presencial, los cursos correspondientes al traductorado en cinco idiomas: francés, inglés, italiano (los primeros), alemán, portugués. El problema esencial de estos momentos radica en las dificultades surgidas tras el cambio del plan de estudios, que ponen en riesgo la continuidad de los cursos de idiomas en el ámbito de la Facultad de Derecho. Pero esa ya es otra historia... 

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